miércoles, 14 de diciembre de 2011

jueves 14 de diciembre.

POBREZA INFANTIL Y FRACASO ESCOLAR

Soy profesor de enseñanza secundaria desde hace casi quince años y he sido tutor de distintos grupos la mayoría de los mismos. Como tutor tengo acceso a datos personales y familiares de mis alumnos y sus familias, y al final de cada curso suelo tener una imagen bastante clara de sus problemas y necesidades. En la mayor parte de los centros donde he trabajado había una notable diversidad de situaciones, aunque la experiencia me ha enseñado que en la mayoría de las ocasiones tras los problemas académicos se escondían otros problemas que eran causa de los mismos: padres que no daban valor a los estudios de sus hijos, problemas económicos en el seno familiar, falta de arraigo y múltiples cambios de residencia a lo largo de la vida escolar del alumno... muchos de estos problemas se concentran en aquellos niños que viven en situaciones económicas precarias, por eso cuando leo en la prensa opiniones sobre los resultados escolares o las altas tasas de fracaso escolar en España me sorprende que en muy pocas ocasiones se mencionen las elevadísimas tasas de pobreza infantil que tenemos como causa del mismo. Para cualquier profesor que haya sido tutor la vinculación entre ambas cuestiones es evidente y además puede constatar como las frías estadísticas se materializan en casos concretos. Seguro que no es el único factor que está tras el fracaso escolar, pero sin duda, es uno de los más significativos y su ausencia del debate público resulta curiosa. Si comparamos las tasas de pobreza infantil para los menores de 16 años de los distintos países de la “Europa de los 27” observamos que ocupamos los puestos del furgón de cola junto a Portugal, Malta o Gran Bretaña. Curiosamente si cruzamos estos datos de pobreza infantil con los de abandono escolar vemos que los países que tenemos tasas más altas de abandono somos aquellos que a su vez tenemos mayores tasas de pobreza infantil. Si nos fijamos en cambio en los países que muestran mejores resultados, por ejemplo Finlandia, sus tasas de pobreza infantil son prácticamente irrelevantes, (en torno al 1%, frente al 26,5% de España). Pero los datos no sólo muestran enormes diferencias absolutas en cuanto a la pobreza infantil contabilizada, sino cómo las políticas que se llevan a cabo en el campo de la reducción de la pobreza son importantes. En Finlandia, antes de que las transferencias de renta vía impuestos se produzcan las tasas de pobreza infantil llegan al 15% aunque, después de aplicar dichas transferencias, la pobreza infantil se reduce al 1%. ¿Qué significan estos datos? Pues significan que la pobreza infantil no es una plaga bíblica y que se pueden acometer medidas que la reduzcan de una forma ostensible. Una vez vistos los datos de Finlandia nos podemos preguntar: ¿y qué pasa con las tasas de pobreza infantil en España antes y después de las transferencias de renta vía impuestos? Pues que los datos son prácticamente los mismos, es decir, en este asunto las administraciones no hacen nada para corregir el problema. Veamos qué sucedería si aplicásemos los datos que acabamos de manejar a dos centros educativos en Finlandia o en España que contaran con 1000 alumnos. Mientras en Finlandia el número de alumnos con problemas de tipo económico sería únicamente de 10 en el centro español tendríamos 265 alumnos con problemas potenciales. ¿Alguien en su sano juicio puede negar el impacto que estas diferentes situaciones tendrían en dichos centros? La patronal publicó hace pocos meses un estudio en el que se mencionaba la herencia genética como el factor determinante a la hora de explicar las diferencias en el rendimiento escolar. Yo no colocaría estas opiniones dentro del ámbito del “sano juicio” aunque, desde luego, para quienes piensen así políticas como la de reducir la pobreza infantil para reducir a su vez el fracaso escolar son inútiles. En todo caso si de verdad queremos solventar el problema del fracaso escolar, tal vez, deberíamos comenzar por hacer un diagnóstico adecuado de la situación y tomar medidas encaminadas a reducir las desigualdades (y por consiguiente la pobreza infantil) y fomentar una educación pública, de calidad, universal, que llegue a todos y que de verdad fomente la igualdad de oportunidades y la cohesión social. Pero vamos en la dirección contraria, incrementando aún más las desigualdades y realizando diagnósticos incorrectos, aunque claro, cuando el fracaso escolar aumente siempre podemos recurrir a la genética y culpar a las víctimas de su situación.

Juan Seoane
Federación de Enseñanza CGT Huesca

Artículo publicado el lunes 12 de diciembre en el Diario del Altoaragón.

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